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1 de febrero de 2017Es básico querer que la carne que comemos sea sana, y también lo es que el comprador exija que la carne esté libre de residuos (organofosforados, hormonas, metales pesados, radiaoctividad, etcétera).
Sin embargo, algo tan simple se hace muy difícil de cumplir. Uruguay ha sido observado como nunca había ocurrido, y desde un mercado tan importante como el de Estados Unidos (donde ha costado tanto entrar y mantenerse), además de quedar con una tarjeta amarilla (casi naranja) y con los otros importadores de nuestras carnes mirándonos con lupa.
Analizar nuestro comportamiento como proveedores de la materia prima y hacer un mea culpa es comenzar a transitar un camino de superación y entender lo básico del negocio (que es ”sin vacas sanas no hay negocio sano y se termina antes de empezar”). Es vital integrar el manejo de la producción con nuestra conciencia como seres humanos: si lo que vendemos es mercadería en perfectas condiciones y le damos al comprador y al futuro exportador la tranquilidad de que el mercado al que se accede no podrá reclamar nada, entonces nos aseguramos un futuro de nuevos negocios y puertas abiertas.
Como también hay otros integrantes de la cadena que cuentan, el solo hecho de no saber si esos embarques de carne van libres de residuos ya es muy grave. Si existe una autoridad sanitaria que controla casi todo, ¿cómo es posible que el resto de la cadena no esté al tanto de las nuevas exigencias y deje salir un cargamento de carne sin saber su estado en cuanto a residuos que para el destinatario son mala palabra?
Por otro lado, no es la primera vez que sucede. Siguen apareciendo nuevos casos y nos vamos acostumbrando a que así sea y hasta parece normal, cuando tendría que despertar una brutal alerta de que estamos trabajando mal en ese punto. ¿Y qué hacemos frente a estas luces rojas que se prenden? ¿Trabajaremos para cambiar esto o nos seguiremos mirando el ombligo y pensando que aún somos los campeones del 50?
Las plantas de faena habilitadas para exportación a estos mercados bien exigentes, ¿no cuentan con un laboratorio para hacer seguimiento a las tropas que compran o a los embarques que venden, y de ese modo estar tranquilos de que se está trabajando con alimentos óptimos, o bien hacer una selección de sus remitentes con un sistema práctico y real de inocuidad?
Ojo, que gran parte de todo esto viene de la mano de la garrapata y de una ley que impedía embarcar animales parasitados. Entonces, el productor se cubría y bañaba o aplicaba inyectables para “limpiar” esa tropa y cumplir la ley, y no respetaba las indicaciones de tiempo de espera para faena del animal, o bien también se daba el caso de que sí se respetara, pero que igual aparecieran residuos ocasionando un brutal perjuicio a todos.
La desigualdad de criterios entre lo público y lo privado muestra una brecha enorme, y ya empezamos a pagar esas cuentas. ¿No será hora de que las exigencias sanitarias de los compradores estén al día y en conocimiento de todos los integrantes del negocio?
Si calidad de carne tenemos de sobra, si el mejoramiento genético y de manejo nutricional nos ha permitido tener una carne espectacular, entonces no borremos con el codo lo que escribimos con la mano y trabajemos juntos –todos los actores de la cadena: productores, consignatarios, frigoríficos, MGAP, exportadortes, etcétera– con seriedad y profesionalismo para no tener reclamos de ninguna naturaleza en las exportaciones de productos alimenticios. Es parte de la famosa calidad de carnes con la que nos queremos identificar.
Aprendamos a cuidar lo nuestro, no hagamos de echarle la culpa a los demás la solución fácil. El esfuerzo, el tiempo dedicado, la categorización y el reconocimiento adquirido, no deben quedar en el diploma. Somos muy chiquitos y pobres como para no ser responsables de lo que tenemos y hemos conseguido, miremos adelante en un mundo en que quien se distrae un segundo queda afuera.
Por Marcelo Texeira