La siembra tradicional es reconocida por los productores ya que incorpora la materia orgánica que produce la rotación del suelo al ser arado, mayor descomposición y eliminación de malezas que hayan quedado de la cosecha anterior. Por contraparte, el 70% de la agricultura argentina se desarrolla bajo la siembra directa que, al combinar desarrollos biotecnológicos, genera un valor agregado a la tierra aumentando la productividad de los cultivos, contribuyendo al desarrollo económico de la empresa agropecuaria y de la sociedad a la que esta pertenece.

Frente al cuestionamiento generado sobre la influencia de la siembra directa en las inundaciones, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) aclaró que “en comparación con suelos en labranzas convencionales, los planteos productivos bajo el Sistema de Siembra Directa, presentan mayor infiltración. Esto significa que en períodos de precipitaciones tienen mayor capacidad de captar el agua de lluvias y almacenarla, para el uso posterior por los cultivos”.

Sin embargo, los miembros de Aapresid afirman que “el suelo actúa como un ‘silo de agua’, el cual, una vez completo (lleno), no tiene posibilidad de infiltrar (absorber) más agua, dado que su sistema poroso se encuentra saturado por el líquido elemento. Frente a períodos de altas precipitaciones, y una vez recargados los perfiles de suelo, todo exceso hídrico indefectiblemente tiene que evacuarse por otras vías, el escurrimiento superficial (siguiendo un gradiente gravitacional), por evaporación directa a la atmósfera o por percolación a zonas más profundas a las exploradas por los vegetales”.

En cuanto al proceso, para realizar siembra tradicional se deberá limpiar el suelo y realizar un arado del campo, que conlleva un costo operativo de combustible, mantenimiento de maquinarias y recursos humanos para preparar el suelo para el posterior sembrado. De esta manera, el suelo arado queda desprotegido y más propenso a la erosión provocada por la lluvia y el viento, lo que no ocurre en el caso de la siembra directa, que conlleva a la caída de materia orgánica y nutrientes que comprometen la estabilidad estructural de los suelos.

Al realizarse sobre el rastrojo, sin volver a labrar la tierra, la siembra directa retiene la humedad evitando la evaporación del agua en la tierra y agrega los nutrientes que proporcionan dichos desechos. Esto constituye la no rotura del suelo y plantea mantenerlo siempre cubierto, ya sea con los nombrados residuos de los cultivos anteriores o bien con el propio cultivo (cobertura viva). Desde Aapresid cuentan que esta agricultura de conservación se practica en todo tipo unidades de producción, en suelos que varían de 90% de arena hasta 80% de arcilla. Los suelos que son extremadamente sensibles a la formación de costras no presentan este problema bajo siembra directa.

Los miembros de Aapresid ratifican que la siembra directa ayuda a prevenir lasinundaciones “la no remoción del suelo, conduce a una menor oxidación de la materia orgánica como el aporte del carbono del material vegetal, y a una mayor estabilidad de los agregados del suelo, disminuyendo la susceptibilidad de la capa superficial al efecto disruptivo del impacto de las gotas de lluvia y la formación de costras o “sellado”. También contribuye a la conservación de la bioporosidad del suelo: los canales de lombrices y raíces resultan continuos, más estables y menos tortuosos que los macroporos creados por las labranzas y resultan más efectivos para el ingreso de agua al perfil que puede luego ser usada por los cultivos”.

Este método está muy vinculado a la producción de soja, aunque desde Aapresid aseguran que “el monocultivo de soja sucede a pesar de la siembra directa”, y que por el contrario hay que rotar los cultivos. Entre sus Buenas Prácticas recomiendan “acompañar los planteos de siembra directa con un adecuado plan de rotaciones de rastrojos y raíces (que generen una mayor estructuración del suelo y un mayor aporte de carbono), de prácticas de fertilización que balanceen la extracción de nutrientes, del uso de cubiertas vegetales y demás prácticas que tiendan a la estabilidad del sistema de producción.

Con la aparición e incorporación de la soja resistente a glifosato, primera variedad transgénica aprobada en la Argentina se produjo un boom de siembra directa ya que simplifica el manejo de un solo herbicida, posibilita hacer agricultura en lotes con presencia de difícil control, menores costos de producción, y evitar el uso de herbicidas residuales con restricciones y de mayor impacto ambiental.

Existen 90 millones de hectáreas a nivel mundial trabajadas con siembra directa con una adopción del 11 por ciento de las tierras cultivables, y otros métodos de “agricultura de conservación” que tienen algún laboreo. De ese total, 45 millones de hectáreas se encuentran en América del Sur, la mitad en Argentina y la otra mitad distribuida entre Brasil, Paraguay y Uruguay.